Estructuras Sociales, Espacios Comunes:
elementos fundamentales de una ciudad que promueven esparcimiento y sana convivencia
Durante mi infancia y gran parte de mi adolescencia, tuve la dicha de experimentar tres ambientes distintos. Esos primeros días de mi existencia los viví entre el campo, el pueblo, y un par de barrios «populares» de la ciudad capital. Puerto El Gago, Penonomé, Concepción y Tocumen eran comunidades en donde parecía existir un pacto no escrito que promulgaba una sana convivencia.
A pesar de la diferencia de ambientes (hasta podría decirse que de cultura) el comportamiento de los residentes era muy similar, y sus valores esencialmente los mismos. Existía un sentido de comunidad en los tres lugares que se caracterizaba fundamentalmente en la solidaridad, cooperación y el respeto mutuo.
Obviamente había excepciones. Los vecinos problemáticos–los chicos «malos»– eran los menos, y conocidos por todos. Las actividades de la comunidad, desde las de carácter religioso hasta las festivas (carnavales, patronales, fiestas partuculares), afianzaban el vínculo entre los habitantes. En ausencia de sus padres, los adultos presentes supervisaban a los muchachos. De hecho, estos adultos recibirían el respaldo de los padres de los niños o jóvenes a los que se les llamara la atención por mal comportamiemto. Era un sistema que se valía en las interrelaciones de los miembros de la comunidad. El individuo y sus familias no estaban solas. ¿Qué sucedió para que esto cambiara?
«Espacios comunes»
No soy sociólogo pero considero que esa cohesión social existía porque también existían las «estructuras sociales». Me refiero a esos espacios comunes donde la gente podía compartir e interactuar, conocer a sus vecinos y crear algún tipo de vínculo. Claro está que dichas estructuras existían en una etapa que yo consideraría «primitiva» hasta cierto punto, pues no eran parte de una política pública establecida. Los sitios de interacción podían ser un parque–improvisado o no–una vereda, un templo, una casa comunal, la escuela, o simplemente el portal (las terrazas traseras eran pocas) de la vivienda de alguien. La necesidad generaba la improvisación, y la improvisación facilitaba la interacción social.
Pero el aumento de la población, con la consiguiente necesidad de vivienda, desencadenó un desarrollo urbano desordenado. Por un lado las familias más vulnerables, aupadas por políticos populistas, se asentaron de manera informal en terrenos privados o estatales, y carentes de infraestructuras para los servicios básicos, creando bolsones caóticos de viviendas. Por el otro, promotoras de bienes raíces con el único interés del lucro, y ante la complicidad de las autoridades, no incluyeron en sus desarrollos espacios apropiados que incentivaran la sana interacción social. De manera que esos espacios públicas o sociales terminaron siendo escasos o inexistentes.
En la ciudad de Panamá, por ejemplo, aún sobreviven algunos parques come el Omar, el Urracá, y los recién creados, adyacentes a la Cinta Costera. Pero estos se encuentran distantes de la población más vulnerable, por tanto se requiere la habilitación de espacios similares en cada comunidad.
Otros factores
Si a la ausencia de estas estructuras sociales sumamos la presión producida sobre las personas por la vida «moderna», la cual ha transformado a los seres humanos en individuos reacios y desconfiados a la interacción interpersonal, entonces estamos ante una sociedad que se fragmenta cada vez más. Curiosamente aquello que, aparentemente nos ha acercado de forma global, en realidad nos ha distanciado en términos personales: la tecnología.
El Estado debe reformular las políticas públicas y las Alcaldías deben ejecutar proyectos que contemplen la creación de espacios comunes si queremos que el sentido de comunidad no muera.
Y estos no deben ser privilegio de ciertos sectores de la ciudad. Ni mucho menos de las clases económicas que de hecho las construyen a nivel privado, tomando aún más distancia del resto de la población. Estas estructuras sociales deben ser parte integral de cada comunidad, y no deben ser confundidas o su función reemplazada con centros comerciales. Necesitamos que los ciudadanos interactúen, no que se conviertan solo en clientes, o en extraños en su propia comunidad.
Estructuras Sociales: Necesidad
En su obra «Palaces for the People» (Palacios para el Pueblo), el sociólogo norteamericano Eric Klinenberg explica y sustenta las ventajas de las estructuras sociales para las comunidades. Éstas no solo alientan el intercambio de ideas a través de la interacción social, sino que son útiles para estimular la solidaridad entre vecinos, dice Klinenberg en su trabajo.
Agregaría que las estructuras sociales contribuyen además, a derribar murallas invisibles, eliminar estereotipos, a abandonar la discriminación, en fin, a recordarnos que no somos tan distintos como creemos ser y que al final todos dependemos de todos, pues como comunidad, todos estamos en el «mismo barco.»
Es importante reconocer, sin embargo, que el desarrollo urbanístico de las comunidades debe llevarse a cabo atendiendo a las sugerencias de especialistas en la materia. Arquitectos, urbanistas, ingenieros, e incluso sociólogos. No se debe improvisar con algo que determina, en gran medida, la psiquis social de la colectividad.
Las autoridades deben hacer un mayor esfuerzo en torno al desarrollo de las estructuras sociales. La sana convivencia, los valores, y la misma paz de las comunidades, depende de ello.
Ricardo Caballero es Práctico del Canal de Panamá
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